Las hojas marchitas caen, el frío polar arrecia y congela la vida, una dosis de nicotina para aliviar la desdicha de un adiós y una bebida que humedece y purifica el alma para sentirla mas viva. Un beso que muere de impotencia, una lágrima que rueda al vacío esperando el final de su existencia, una melodía incompleta que resuena en los oídos sordos de la doncella que duerme tranquila a lo lejos, así son las noches frías de otoño. ¿Por qué? Es la pregunta que permanece en la mente del amante que olvidó lo que significa amar; “la noche esta estrellada, y ella no esta conmigo, eso es todo”, es el verso que revive el poeta para no morir en el recuerdo del olvido. Los corazones callan, lloran, sufren, se desangran de a poco en los caparazones sin existencia de sus dueños; las almas, penan, vagan, desaparecen, se suicidan en las tinieblas que envuelven a la noche con su manto, esas, son las noches frías de otoño. Mientras, yo sigo pecando de masoquista recordándola en aquellos días donde aún era mía, mis cargos de conciencia le provocan a mi razón, duelos a muerte con la ilusión de verte despertar entre mis brazos con un dulce “buenos días” al besar tus labios. La esperanza se transforma en espinas que envenenan el amor de aquel que sueña con volver a estar con ella. La extraño, no se si ella lo haga también, la distancia destruyó la poca cordura que aún mantenía mi locura; misma que decidió seguir loca por tu ausencia. Así son mis noches frías de otoño, recordando y olvidando sin querer hacerlo; llorando y riendo sin saber contenerlo; viviendo y muriendo sin poder detenerlo; liberado y atrapado sin dejar de estar enjaulado; yendo y viniendo sin saber donde esperar; amando y odiando sin poder evitarlo.
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